Son estructuras cilíndricas de un metro de largo por veinte centímetros de diámetro, armadas en telas degradables y rellenas con materiales vegetales de poda. En su interior crecen plantas nativas que tienen la propiedad de absorber los contaminantes del suelo y mejorar el medio ambiente. Los llaman "biorrollos" y son la nueva técnica que desarrolla La Ciudad para ayudar a sanear el Riachuelo.
Dentro de los "biorollos" se alojan especies autóctonas que, una vez que enraízan, son fijadas en la costa. En una primera etapa se instalarán 50 biorollos en la zona del río en las que se observe una mayor falta de vegetación. Las especies que se plantarán son el junco, el cucharero, la redondita de agua y la flor de Santa Lucía, entre otras. Las plantas seleccionadas presentaron, en estudios de laboratorio, la particularidad de absorber metales como cromo, zinc y cobre. Esos contaminantes no vuelven al agua ni al suelo, tampoco llegan a las hojas. De ese modo, se impiden riesgos de recontaminación en caso de poda.
El proyecto de confección de los biorollos es desarrollado por la Agencia de Protección Ambiental (APrA) de la Ciudad de Buenos Aires, en conjunto con la Universidad de Flores. Durante una etapa inicial, científicos de la universidad relevaron la flora presente en la cuenca y midieron la capacidad de absorción de las distintas plantas nativas. Descubrieron, por ejemplo, que en las raíces de la Sagittaria montevidensis (Saeta) había presencia de cromo, zinc y cobre en valores equivalentes a un tercio de los que se encontraron en el suelo de la zona de muestreo.
La Cuenca Matanza-Riachuelo bordea la Ciudad y atraviesa 14 municipios del GBA. En ella viven 5 millones de personas: un 10%, en las villas. El 55% de la población afectada no tiene cloacas y el 35% carece de agua corriente. Su situación es crítica. El 8 de julio de 2008, en una sentencia ejemplificadora, la Corte Suprema obligó a la Nación, la Ciudad y la Provincia a llevar adelante un plan integral de saneamiento. Más allá de algunas mejoras puntuales y pese a la claridad inexcusable del problema, casi siete años más tarde los avances siguen siendo muy lentos.
Clarin.com
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